domingo, 18 de enero de 2009

LO BELLO ES DIFÍCIL


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El asombro del arte, el amor a la verdad, a la sensibilidad de la mirada, a la libertad. Todo eso enseña, en palabras del filósofo y académico, la exposición 'entre dioses y hombres' del Museo del Prado. En su visita vio mucho más que sesenta esculturas clásicas: encontró toda una celebración de la vida y el goce de mirar.

Al entrar en el Prado para recorrer con la mirada la exposición, no podemos por menos de recordar una palabra maravillosa de las muchas que hemos heredado de la cultura griega y que, espero, no se nos vayan olvidando. Esa palabra es el "asombro" (thaumasía). Parece que fue esta extrañeza ante los misterios del mundo, ante la armonía de los astros, ante la luz y la belleza que podían mostrarnos, lo que provocaba ese asombro. Asombrarse suponía descubrir lo "otro" y saber establecer esa distancia que nos permite entender. Si vivimos saturados de entorno, aplastados de noticias que no queremos o no podemos discernir; si no sabemos intuir esa lejanía necesaria para mirar, para entrever, incluso para tocar lo que nos rodea, estamos en el camino, en el mal camino, de perder la sensibilidad y, por supuesto, la inteligencia. Fue el asombro, la distancia, el no querer dar por hecho nada de lo que observábamos, lo que originó, decían los griegos, la filosofía, o sea, la curiosidad, el apego, la necesidad y la pasión por entender y entendernos.

Muchacha pensativa terracota. Obra helenística romana. Siglo II a.C. I d. C. 21,6 x 5 x 4,1 cm. Dresde.

UNA EXPERIENCIA ASOMBROSA ES, pues, la visita a esta exposición de esculturas del Museo Albertinum de Dresde y el Museo del Prado. El primer momento de asombro, de distancia ante tanta belleza, es el que nos lleva a pensar que fueron ellos, los griegos, quienes la inventaron al debatir largamente sobre esa palabra "bello" (kalós), que junto con la "verdad" (aletheia) y la "justicia" (dike) marcaban y nutrían el espacio de la cultura, de la paideia. La cultura, entendida no como un bloque de artes, conocimientos y saberes, sino como un proceso, una construcción encarnada en la estructura natural, la physis; un dinamismo que convertía a ese animal atado a todos los instintos de los otros animales en animal que con el logos, con la palabra, con la capacidad de entender y crear, trascendía los límites de su propia animalidad y entraba así en un territorio absolutamente nuevo, el territorio de lo humano. Y en él, no sólo la palabra nos distinguía, sino también la mirada: el aprender a mirar y, desde esa mirada, descubrir el querer, el amar.

Hay testimonios literarios suficientes para definir esa cultura de la luz, de la iluminación que el romanticismo alemán empezó a llamar el "milagro griego". Basta recordar aquel comienzo de un libro clásico en los orígenes de la filosofía cuya primera línea dice: "Todos los hombres tienden por naturaleza a mirar". A mirar sabiendo, claro está, porque esa mirada, esa "idea", era etimológicamente resultado de la visión. Los ojos y la luz. Sobre todo esos "ojos del alma" que dentro de la frente "se hermanaban con la luz del sol" y levantaban el sueño de los ideales hacia los que tendía otro de los grandes principios del mundo griego, la democracia. Porque la mirada, el entendimiento, requiere y exige libertad: ese dominio infinito de posibilidades por donde navegan los también infinitos deseos de los seres humanos. Fruto de esa libertad fue la ciencia, la filosofía, la tragedia, la lírica, la épica, la política, la historia, la comedia, la ética... todos esos campos que inventaron los griegos y por donde empezaron a sembrar las semillas y en muchos casos los grandes árboles que hoy, casi sin saberlo, nos cobijan y alimentan.

Máscara de Sátiro. Obra Helenística-Romana. Siglo II a.C. I d.C. 28 x 22 x 11,5 cm. Dresde

ES UN ACIERTO, ENTRE OTROS MUCHOS, que la exposición, a la que acompaña un excelente catálogo, se abra con esa imponente estatua de Zeus Eleutherios, el dios que da libertad, el dios liberador que no sólo les habría dado la victoria sobre los persas. Podríamos imaginar que algunas de estas obras estaban colocadas en determinados lugares del ágora de Atenas, del espacio público, donde la palabra de los sofistas, los diálogos sobre sucesos y opiniones era el instrumento imprescindible de humanización y democracia. Un dios de libertad, que nunca necesitó de una clase sacerdotal que tuviera poder real sobre los ciudadanos diciéndoles qué tenían que entender, qué tenían que hacer. Unos dioses, pues, liberadores y liberados ellos mismos de cualquier manipulación engañosa, y sólo cobijados en el, una vez más, asombroso mundo de los mitos, ese hallazgo exclusivo de los hombres. Es verdad que algunas veces la política quiso manipular esa religión desterrando y condenando a los negadores de la existencia de los dioses "de la ciudad" que los tiranos y sus aprendices habían pretendido incorporar, de alguna manera, a ciertas formas de corrupción del poder. Esta religión de la libertad que en principio nadie administró fue, sin duda, uno de los fundamentos esenciales de la cultura griega y el que, en buena parte, la hizo posible.


Zeus de Dresde. Réplica Romana. Escuela de Fidias. s. V a. C. 212 x 104 x 56 cm. Dresde, Skulpturensammlung Staatliche Kunstsammlungen.

EN EL MUNDO DE LOS DIOSES y héroes se manifestaban los deseos y esperanzas humanas. Otro "logro para siempre", que expresó un texto de uno de aquellos siempre vivos maestros: "Amamos el conocimiento, amamos el saber, pero sobre todo amamos la vida". La vida que nos ofrece el gozo "de los sentidos, y entre ellos, sobre todo el de poder ver". Una religión, pues, de la vida, de la vida real de los hombres. "Hermano, permanece fiel a la tierra", ya que es esto lo único que tienes. Por ello fue, además, una religión que, después de Fidias, se atrevió a desnudar a sus dioses y héroes, a alegrar la mirada en esos hermosos cuerpos en los que se vislumbraba no sólo el amor hacia los seres, sino la idea de una incesante superación. Un canon, pues, para el cuerpo, y un canon de libertad, armonía y progreso para la mente.

Si contemplamos el Diadúmenos, se nos hace presente el asombro al que me refería: un cuerpo tal vez soñado, rozado ya por el aire de la perfección, pero un ser humano cuya mirada sin pupila está, paradójicamente, llena de luz. Esa luz que era condición necesaria de la vida, de toda la vida, de todo momento de la vida. "¡Padre Zeus, libra de la espesa niebla a los aqueos, serena el cielo, deja que nuestros ojos vean, y destrúyenos, ya que así te place, pero en la luz!", exclama Ayax en la Ilíada. No me resisto a reproducir otro texto de esa cultura de la luz. "Los compañeros dormían alrededor de Diomedes, con las cabezas apoyadas en los escudos y las lanzas clavadas por el regatón en la tierra; el bronce de las puntas lucía a lo lejos como un relámpago del padre Zeus". Diadúmenos tiende sus ojos luminosos al suelo que le sostiene con una mirada lejana y próxima, entristecida y alegre en su acogedora serenidad. No es extraño que en un momento supremo del ideal griego surgiese la unión de la belleza y la bondad, creando una palabra que unía ambos conceptos: la kalokagathía, algo así como lo "bellibueno": la belleza traslucía desde la bondad. Este concepto desgraciadamente tan desgastado y que, unido a la veracidad, al no engaño, propio o ajeno, podríamos rebajarlo, en nuestros tiempos, a un término más modesto, pero no por ello menos necesario: la decencia.


Diadúmeno. Réplica Romana. Modelo Policleto. s. V a. C. 202 x 110 x 70 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Para la enfermedad moral de la doble verdad, de la hipocresía, se ha esfumado la decencia entre una serie de siniestras consignas patológicas que trastornan la mente de los seres humanos. Por ello, es un salto de alegría, en la conquista de la realidad y de la vida, esa -¿cómo adjetivarla sin tópicos?- Venus de Medici: un cuerpo bellísimo, pura y hermosa naturaleza, pero con los brazos y los pies rotos por la historia. El olvido y la desmemoria rompen también manos y pies, pero, a pesar de tales quiebras, ese busto nos descubre en el imposible abrazo de la vida el abrazo inagotable de la inmortalidad. Una inmortalidad tan evidente que hoy su contemplación nos da lenguaje y nos alienta. "No moriré del todo", escribió el poeta que admiró probablemente, hace más de veinte siglos, esas estatuas. "No me devorará la sucesión de los años ni la incesante fuga del tiempo".Tal vez eso que escapaba al mordisco de la temporalidad era esa palabra que ha definido siempre al arte más eterno: lo clásico.

Torso de Afrodita del tipo Venus de MediciObra helenística-romanas. II a. C – I d. C99 x 37 x 27 cmMadrid, Museo Nacional del Prado

NO SOMOS PLENAMENTE conscientes de esas lecciones que aún no hemos asimilado y que tienen su origen en esta tradición que hizo posible el que hoy sigamos luchando por la cultura como fuerza y dinamismo, como energía (enérgeia), como educación de la mirada, como forja de la posibilidad y la igualdad. Es verdad que también descubrieron la tristeza, el dolor, la melancolía: "¿Por qué tantos hombres excepcionales en la filosofía, la política o la poesía son melancólicos?". Esa melancolía, "el gesto supremo del espíritu", no logró empañar la alegría del más acá, la alegría de vivir. Una de las maravillas de esta exposición es, por ejemplo, ese relieve de una ménade pensativa. Las ménades eran, como es sabido, esas mujeres poseídas de pasión que cuidaron de Dioniso niño y formaron después parte de su cortejo. Se las representaba desnudas o cubiertas, como ésta del Museo del Prado, con un velo muy fino que transparenta el cuerpo y que vuela luego a sus espaldas suavemente dominado por una mano. La otra sostiene el tirso típico de las fiestas dionisiacas. La melancolía del rostro que también mira al suelo lo alegra ese movimiento de extraordinaria sensualidad en un cuerpo que parece desfallecer, mientras la rodilla, levemente doblada, anuncia el baile que apenas entrevemos en esa otra maravillosa ménade de Dresde que sin brazos, casi sin rostro borrado por la impiedad del tiempo, hace ver la alegría de vivir.


Ménade de DresdeObra helenística-romanas. II a. C – I d. C45.5 x 14 x 14 cmDresde, Skulpturensammlung Staatliche Kunstsammlungen

Pero también la sabiduría griega nos entregó otro de sus descubrimientos expresado en una no menos asombrosa frase: "El hombre es el más inteligente de los seres vivos, porque tiene manos". Aristóteles, que cita este dicho atribuyéndolo a Anaxágoras, comenta que "esa inteligencia se debe a que es capaz de utilizar un gran número de utensilios, de instrumentos, y la mano es el instrumento de los instrumentos, el órgano de los órganos". Esa poesía (poíesis) sobre el mármol era obra de las manos. El filósofo que imaginó ese poder de las manos dijo también que "todo artista, todo creador, ama su obra porque ama el ser... que consiste precisamente en sentir y pensar". No dejen reposar los ojos en esta exposición. Salimos de ella limpios, purificados por esa catarsis -esa otra palabra de la tragedia y el arte griego- que aseaba, renovaba, la mente, y nos libraba de la pesadumbre del existir diario, de la maldad y la miseria.

ME PERMITIRÉ, AL FINAL, una pequeña coda, anacrónica, me temo. No podía dejar de pensar en ello, cada vez que iba al museo, y casi siento como un paradójico deber el evocarlo. Esta exposición enseña muchas más cosas, pero entre ellas: la sorpresa, el asombro del arte, el amor a la vida, a la verdad, a la educación, a la sensibilidad de la mirada, a la reflexión, a la libertad. He visto muchas veces, en los museos de Berlín, sentados en pequeñas sillas puestas a disposición de los alumnos, grupos de niños, de jóvenes, escuchando a una profesora que les enriquecía, con sus palabras, la mirada y, por supuesto, la inteligencia. Esa educación de la mirada es un antídoto necesario para ese chisporroteo de crueldad y violencia de muchos de los llamados videojuegos, y en los que, desgraciadamente, los jóvenes no son sólo sujetos pasivos en la visión de inacabables monstruosidades, sino que son personajes activos que practican, con las teclas adecuadas, la frialdad, la indiferencia ante un imaginario y siempre posible aniquilar, matar, suprimir. Nada que ver con los viejos tebeos de aventuras, incluso con las películas más o menos violentas. En el pulso de esos teclados se aprenden y domestican, como amarrados perros de Pavlov, los reflejos condicionados que suavizan y vanaglorian la muerte y el horror ajeno.
Después de un largo debate sobre la belleza, uno de los diálogos de Platón concluye: "Me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con cada uno de vosotros. Creo que entiendo ahora el sentido del proverbio que dice: Lo bello es difícil".



La exposición 'Entre dioses y hombres' reúne más de 60 esculturas clásicas procedentes del Museo Albertinum de Dresde (Alemania) y del Museo del Prado. Puede visitarse en la pinacoteca de Madrid hasta el 12 de abril.

MILIO LLEDÓ.- EL PAÍS 18.01.2009

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miércoles, 7 de enero de 2009

CURSIS DE AHORA Y DE SIEMPRE

Carlos Castilla del Pino

Suele decir el veterano y respetabilísimo Carlos Castilla del Pino, buen amigo y excelente compañero de la Real Academia Española, que toda cursilería es una forma de impostura, y que detrás de cada cursi se oculta un canalla o un embustero. El otro jueves se lo oí decir de nuevo, y me quedé con la copla, que resulta especialmente adecuada en los tiempos que corren. No sé si el espíritu será exacto o no; aunque, como prestigioso psiquiatra que es, Carlos tiene mi confianza, pues conoce el paño. Por no salir de la RAE ni de su diccionario, de las tres acepciones que tiene esa palabra, quizá mejorables –y en eso andamos–, las más significativas son las dos primeras: «que presume de fino y elegante sin serlo», y, dicho de una cosa, que «con apariencia de elegancia o riqueza, es ridícula y de mal gusto». Pero los tiempos cambian, y la gente con ellos; o tal vez sea la gente la que termina cambiando los tiempos. El caso es que, habiendo como hay todavía cursis de los de toda la vida, ortodoxos y de pata negra, y habida cuenta de que el término `elegante´ no es el que mejor define los modos, maneras y aspiraciones actuales, la palabra `cursi´ –las palabras también están vivas y evolucionan– se interna con nosotros en el siglo XXI, enriqueciéndose con nuevas connotaciones y variantes. Ampliando su territorio semántico, por decirlo también de un modo a juego, o sea, cursi. Su polivalencia. Eso ocurre en todas partes, claro. Y en España, para qué les voy a contar. Lo que más se ajusta hoy a la versión moderna de cursi es, en mi opinión, lo políticamente correcto. Aquello que, con apariencia de puesto al día y buen rollito, resulta ridículo y de mal gusto en boca de un fulano que presume, sin serlo y alardeando de ello, de abierto, de puesto al día, de yupi-yupi chicos, de tener todo el día a Pepito Grillo, a Bambi y al borreguito de Norit sentados en el regazo. Y digo que presume sin serlo, porque no me cabe en la testa que alguien con dos dedos de frente –los tontos ya son otra cosa– pueda ser, en el fondo de su corazón, tan sincera y rematadamente gilipollas. Un ejemplo de esto, tomado al buen tuntún, es una reciente circular de la comisión de coeducacion (sic) del Centro del Profesorado de Málaga, que tras encabezar «Estimados compañeros y queridas compañeras» –a cada cual lo suyo, queridas ellas y estimados ellos–, se dirige, en sólo veinte líneas, a «a vosotros y vosotras» y «a todos y a todas», por si están «interesados o interesadas». Dejo al criterio del lector establecer si los firmantes del asunto –un pavo y dos pavas con nombres y apellidos– se creen de verdad lo del estimados y queridas, si se trata de cursis en el sentido clásico o moderno del palabro, o si son, simplemente, tontos de remate. Y es que en lo cursi posmoderno, o como se diga, el problema reside en que no siempre resulta fácil distinguir. Establecer, por ejemplo, si la bonita anécdota de los juegos de guerra de los ejércitos norteamericano y español puede ser calificada de cursi a secas o entra en el terreno de la imbecilidad absoluta. Las fuerzas armadas gringas tienen un juego llamado American’s Army que desarrolla un programa de combate útil como simulador y entrenamiento de acción bélica rural o urbana. Por su parte, las fuerzas armadas españolas colgaron hace algún tiempo en la red un juego de estrategia cuyo título no adivinarían ustedes por más vueltas que le dieran: Misión de paz –sabía que no lo adivinarían nunca–, a base de reconstrucción y reparto de ayuda humanitaria; que, como todo el mundo sabe, es la razón intrínseca de cualquier soldado. Y no me digan ustedes que esa bella, amable, conmovedora imagen de los soldados y soldadas españoles y españolas desfilando marciales y marcialas con las cartucheras y cartucheros llenas y llenos de Frenadol, tiritas y biberones, camino de Afganistán con la cabra de la Legión disfrazada de Beba la enfermera, no merece un huequecito en la futura edición del diccionario de la lengua española. O dos. Afortunadamente, lo cursi de toda la vida también sigue ahí, dando solera ortodoxa al invento. Aunque surjan, al compás moderno, nuevas formas de entender el asunto, la cursilería clásica se mantiene tradicional como ella sola, inasequible al desaliento. Con vista al frente y paso largo, haciéndonos pasar buenos ratos echando pan a los patos. Vean, si no, lo que escribe un lector bilbaíno, ebrio de santa cólera después de haber leído en esta página pecadora la frase –rotundamente laica– `dar un par de hostias´: «Ante la reiterada y continua vulneración de los más elementales principios de respeto a la fe cristiana de los lectores, pisoteando, mancillando, agraviando y ultrajando a la Sagrada Eucaristía con su léxico blasfemo, irreverente, procaz y grosero, ruego sean subsanados y reparados hechos y situaciones de este cariz y contexto».

Arturo Pérez-Reverte. El Semanal, 11 de enero de 2009

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sábado, 3 de enero de 2009

UNA GUERRA SIN NOMBRE

Irak, 27 de febrero del 2004.


A Sebastián Jiménez Noguera:

Ha vuelto a suceder. No sé si es bueno o es malo, pero no sabría qué hacer si no fuera así. Me llamaron sin avisar, como suelen los de arriba: “Rodrigo, recoge tus cosas; mañana subes al avión a las 7:30” El miedo a enfrentarme solo a la memoria me hizo parecer más valiente de lo que en realidad soy y aceptar. Si me hubiera negado me habría arrepentido, pero no lo hice y, por tanto, estoy ahora escribiéndote iluminado por una linterna que amenaza con descolgarse de la lona de la tienda. Es tarde y aunque estoy agotado, no puedo conciliar el sueño. Qué le voy a hacer, ¿eh? Los disparos siempre me han desvelado. Ojalá estuvieras aquí para ver la amarga sonrisa que acaba de asomar a mis labios; ojalá estuvieras aquí para mirar conmigo la delgada cartera de cuero gastado que me ha hecho escribirte.
Porque todas las guerras son iguales, por eso no sé bien dónde creí perder el don innato de disparar la cámara para robar del paisaje la mejor fotografía; dónde creí dejar escapar la habilidad de reflejar en palabras lo que los ojos no podían ver, cegados por el humo, por el polvo y la ceniza. Cubríamos un conflicto en algún lugar de África, según me aseguraste cuando fui capaz de hablar de aquello, y compartíamos alojamiento con Eduardo Dávila. La vida de los reporteros de guerra es tranquila hasta que hay algún ataque, como sabes, y nosotros recorríamos la ciudad, si aún merecía ese nombre, buscando un lugar donde nos sirvieran una cerveza y pudiéramos sentarnos. Eso sí, nunca nos separábamos de las cámaras, ¿verdad? Las buenas oportunidades no anuncian su llegada y, además, ¡nos pagaban por eso!
Esa tarde mendigábamos un poco de sombra junto a los muros de una escuela a las afueras y por consiguiente en un lugar muy peligroso. Estaba al lado del hospital, pero aquélla otra visión era demasiado desagradable. Sólo en sitios como ése podía uno descansar la conciencia, en sitios donde la inocencia de los más pequeños obligaba a los adultos a cuestionarnos la manera que teníamos de resolver los problemas. Mientras Eduardo y tú engañabais al aburrimiento con una partida de cartas, yo me acerqué a la puerta del aula para admirarme al comprobar que aún quedaba un poco de ilusión. Habían trasladado allí todo el material: una mesa, tres percheros, una pizarra y varias sillas. Algunos niños se sentaban en el suelo, pero todos tenían una libreta o un cuaderno, o unas hojas sueltas donde garabatear sus dibujos con lápices de variables tamaños. Me pregunté qué demonios tendría la maestra, que hacía que sus alumnos parecieran ajenos a la miseria que los rodeaba como una vecina más de la calle. Escuchaban, atentos, pidiéndole que continuara con la historia que ese día les explicaba, y ella lo hacía entregando toda la voluntad que aún le quedaba. Lamento que no vierais sus expresiones y sus gestos exagerados, que no escucharais los repentinos giros en su voz que tan atrapados tenían a los pequeños. Después de un rato volví a vuestra improvisada mesa a tiempo de empezar una partida a la brisca –odiaba ese juego, pero era todo lo que había–, y allí permanecimos unos minutos más, hasta que necesité volver a estirar las piernas.
Caminé hasta ver de nuevo el aula vacía de libros pero llena de paciencia. En ese momento los alumnos estaban totalmente perdidos en el cuento de la maestra, sumergidos en la explicación. Ella sonreía, se extrañaba, se entristecía o se sorprendía según lo exigiera el argumento. Entonces se acercó a la ventana y miró preocupada el cielo: el sonido aterrador de un avión nos sobrecogió a todos. El monstruo metálico pasó de largo pero, calculo que a unos doscientos metros de nosotros, se oyó el impacto atronador de un misil sin destino, a lo que siguió una explosión y después la alarma de emergencia de la ciudad. Los niños tenían dos opciones: dejar que los invadiera el pánico y correr sin saber qué ocurriría o tratar de protegerse bajo la mesa de otro posible ataque, lo cual tendría casi la misma efectividad. Para mi asombro, todos optaron como si lo hubieran ensayado por la segunda opción y apremiaron a la maestra para que finalizara la historia. La profesora se dirigió a su clase en aquella situación que tan irreal se me antojaba, relatando palabra por palabra lo que del cuento estaba por contar. Un nuevo impacto me sobresaltó, esta vez más cercano, y el suelo se estremeció conmigo y el techo del aula escupió algunas bocanadas de cal y la pizarra se descolgó, pero allí dentro nadie se inmutó, desafiando quizá al poder que tiene el miedo a través de la inmensa fuerza de la confianza y el sentimiento de unión. De haberlo dispuesto así el azar, nadie podría haber evitado un catastrófico final, pero la suerte a veces se inclina ante los que osan hacerle frente.
Alcancé a oír la risa nerviosa de alguna niña divertida por el obstaculizado desenlace de la historia, mientras Eduardo me arrastraba hacia el campo que se extendía delante de nosotros. Yo lo seguía maravillado aún por lo que acababa de presenciar; aquello sí era valentía. En la trinchera nos estabas esperando ya, las cámaras listas para atrapar todos los matices posibles. Empuñamos nuestras armas cual caballero su acero y nos apostamos muy juntos viendo sobrevolarnos otro avión de los que vomitan destrucción. Y después la explosión y el zumbido en los oídos que asalta todavía mi memoria como una amenaza latente. Todo a nuestro alrededor desapareció. Incluso Eduardo. Lo siguiente que escuché fuiste tú. Me gritaste que llorase por él al tiempo que me sacudías por los hombros, pero yo ya lo estaba haciendo. Sí, aunque no lo vieras, lloraba cuando corría detrás de ti, esforzándome por vislumbrar a través del polvo y la metralla. Tropecé en varias ocasiones y caí una vez o dos sin que mis piernas dejaran de ganar terreno, el bolso de piel golpeaba mi cadera a cada zancada y me cubría con los brazos cuando de nuevo el fuego avanzaba hacia nosotros, pero lo que más vivamente recuerdo es que estaba furioso por ser el sujeto paciente de un conflicto que enfrentaba a demasiados seres humanos.
Meses después, volví a entrar en mi estudio para revelar unas fotografías. No eran las de mi cámara –los futuros arqueólogos la descubrirán en una trinchera en algún lugar de África–; eran las de la cámara de Eduardo, que ignoro por qué sí llevé conmigo en nuestra precipitada huida. Ésas son las fotos que guardé en una delgada cartera de cuero y que ahora observo con impotencia.
Llegué a Irak hace tres días y la primera fotografía que disparé no fue a la gente de aquí, ni al cielo, ni al paisaje. El objetivo por el contrario apuntó directamente hacia el grupo de reporteros que sonreían a la cámara pasándose los brazos por los hombros, y del que yo también formaba parte gracias a gente como tú, como Eduardo y como todos nuestros compañeros de aquel año.
Porque todas son iguales, por eso ahora lloro los recuerdos de una guerra sin nombre.

Rodrigo Ortiz Rosillo,
reportero en una guerra anónima.

viernes, 2 de enero de 2009

CONVENCIÓN SOBRE PATRIMONIO SUBACUÁTICO




La Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático entrará en vigor el 2 de enero de 2009, tras haber sido ratificada por una veintena de países, entre ellos España, que hizo el 6 de junio de 2005. Este avance permitirá que el patrimonio submarino cuente con una protección legal que pondrá fin al creciente tráfico ilícito, saqueos y destrucción que sufre en nuestros días.

Protección Cultural Subacuático, Tres meses después de la fecha de depósito del vigésimo instrumento de ratificación, por la Conferencia General de la UNESCO en 2001, que constituye un complemento indispensable en el dispositivo normativo de esta organización. A partir de ahora "todos los rastros de existencia humana que tengan un carácter cultural, histórico o arqueológico, que hayan estado bajo el agua, parcial o totalmente, de forma periódica o continua, por lo menos durante 100 años", que es como define la Convención el patrimonio sumergido, podrá gozar de una protección legal.

Se fijan criterios rigurosos para proteger ese tipo de patrimonio y evitar que se deteriore o sufra actos de saqueo o destrucción, fenómeno cada vez más frecuentes debido a los avances tecnológicos. Esa protección es en parte similar a la que prevén otras convenciones de la UNESCO o los textos legislativos nacionales para el patrimonio situado en tierra firme.

El rápido perfeccionamiento de las técnicas de exploración ha facilitado el acceso a los fondos marinos, convirtiendo en actividades comunes muy lucrativas la explotación y el comercio de los objetos encontrados en pecios. Por eso, era necesario y urgente adoptar un instrumento jurídico universal con vistas a preservar el patrimonio cultural subacuático en beneficio de la humanidad.

La Convención descansa en cuatro principios: la obligación de proteger el patrimonio subacuático; su preservación prioritaria in situ; la negativa a la explotación comercial de los vestigios; y la cooperación entre los Estados en miras a salvaguardar este valioso patrimonio, hacer cobrar al público conciencia de su importancia y propiciar la formación en arqueología submarina.

Se ha previsto convocar a partir de 2010, transcurrido un año de su entrada en vigor, reuniones bianuales entre los estados miembros. Este órgano decidirá cuáles han de ser sus propias funciones y responsabilidades y podrá crear un Consejo Consultivo Científico y Técnico formado por expertos para ofrecer asistencia especializada en todo lo referente a la puesta en marcha de las norma que establece la Convención.

Los estados parte son: Barbados, Bulgaria, Camboya, Croacia, Cuba, Ecuador, Eslovenia, España, Libia, Líbano, Lituania, México, Montenegro, Nigeria, Panamá, Paraguay, Portugal, Rumanía, Santa Lucía y Ucrania.

Según la UNESCO, el patrimonio subacuático asciende a cerca de tres millones de vestigios dispersos en todo el mundo. Entre ellos destacan las ruinas del faro de Alejandría y del palacio de Cleopatra, en Egipto; la vieja ciudad de Cartago, en Túnez; y el Puerto Royal, en Jamaica. En un contexto más cercano está el caso Odyssey que afecta al Estrecho de Gibraltar, bajo el que duermen, se piensa, naufragios de alto valor.

Fuente: Boletín nº 68 del IAPH



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EL TIEMPO, GRAN ESCULTOR.

La erosión debida a los elementos y a la brutalidad de los hombres se unen para crear una apariencia sin igual que recuerda a un bloque de piedra debastado por las olas. Alguna de estas modificaciones son sublimes y añaden una belleza involuntaria, asomada a los avatares de la historia, debida a los efectos de las causas naturales y del tiempo. La Victoria de Samotracia es ahora menos mujer y más viento de mar y cielo...