sábado, 19 de septiembre de 2009

A PROPÓSITO DE LENI RIEFENSTAHL

GIF animations generator gifup.com

A propósito de la detención de Leni Riefestahl en Asturia por parte de una brigada de la que era miembro el guionista Budd Schulberg y de que una cosa no quita la otra, Leni fue una alemana que media parte de su vida se la pasó justificando su epifanía con el nacionalsocialismo tras acudir a unos de los mítines de Hitler, y tal como ella relata:

«
Fue como si me cayera un rayo… Tuve una visión casi apocalíptica que nunca pude olvidar. Me pareció que la superficie de la tierra se extendía frente a mí –recordó décadas después–, como un hemisferio que de pronto se parte por el medio, lanzando un enorme chorro de agua, tan poderoso que tocó el cielo y sacudió la tierra.
Me sentí paralizada

Leni de bebé

Esta berlinesa nació con el siglo XX (1902) en el extrarradio de su ciudad. Su vida fue tan interesante como la época. Tras abandonar su carrera artística como bailarina debido a una lesión de rodilla, decidió hacerse actriz al ver la película de Eisenstein El acorazado Potemkin, dedicándole toda su vida al cine, con películas como “La Montaña Sagrada” (1926), “El Gran Salto” (1927), “El infierno blanco de Piz Palu” (1929), “Tormenta sobre Mont Blanc” (1930), “White Noise” (1931), “Das Blaue Licht” (1932) y “SOS Iceberg” (1933).
En 1924 se puso en contacto con el Dr. Arnold Fank, tras ver una película suya sobre los Alpes dolomitas. Con Fank, además de protagonizar varias películas, entre ellas El Monte Sagrado, colaboró durante muchos años y aprendió a manejar la cámara.

Poco a poco, arriesgando su persona en escenas difíciles y su dinero en la producción de films, labró una reputación con la que estuvo a punto de llegar a Hollywood.

Pero no quiso limitarse a la subordinación de ser actriz: en 1932 dirigió su primera película, La luz azul, filme situado en los Alpes, que tras ser premiada en la Mostra Venecia, la lanzó a la fama internacional. Ella interpretaba el papel principal. Hitler, poco antes de llegar al poder, el 30 de enero de 1933, quiso conocerla y le fue presentada.
Mientras otros cineastas se expatriaban, como Fritz Lang y Robert Wiene, Leni, gracias al doctor Goebbels, se convirtió en «la cineasta número uno del nuevo régimen». Hitler causó gran impacto en la actriz y directora, que aceptó la dirección de dos documentales sobre el congreso del partido, La victoria de la fe (1933) y El triunfo de la voluntad (1936). Esta obtuvo el Premio Nacional de Cinematografía, la medalla de oro en la Bienal de Venecia, y medalla de oro también en la Exposición Universal de Paris en 1937.
Para acallar las críticas de algunos generales de Hitler por la gran confianza que el Führer tenía hacia ella, filmó un corto sobre la Wermacht. En ese tiempo viajó por España para rodar los exteriores de Tierra Baja, que acabaría aparcada por falta de financiación.
Con Olimpíada, una epopeya sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, obtuvo no solamente el gran reconocimiento del gobierno y pueblo nazi, sino que además fue premiada con gran éxito de público y crítica con un León de Oro en el Festival de Venecia. Olimpíada se estrenó el día del cumpleaños de Hitler en sesión privada, en dos partes Fiesta de los pueblos y Fiesta de la belleza.

Leni Riefenstahl tuvo a su disposición todo tipo de recursos, tanto económicos como técnicos, en momentos en que la restricción económica afectaba al resto de los cineastas.
Mientas tanto, siguió con el rodaje de Tierra Baja, para la cual, construyó en Alemania una aldea de estilo español. La contratación como extras de un grupo de gitanos le llevó posteriormente a ser acusada de haberlos sacado de un campo de concentración y de haberlos utilizado como esclavos.

Tierras bajas. 1954

Debido a los constantes bombardeos sobre Berlín se trasladó a Kitzbühel (Austria), donde depositó todo el material de sus películas, incluida Tierra Baja de la que tan sólo faltaba el trabajo de sincronización y montaje.
Tras el final de guerra, fue detenida e interrogada por el ejército norteamericano. Le fue confiscada la casa y todas sus posesiones, ente ellas las copias de sus películas. Leni se defendió siempre de sus acusaciones de nazismo diciendo que había pecado de ingenua pero no de mala voluntad. Como tantos miles de alemanes de aquella época, negó conocer el exterminio que estaba sucediendo en su país. No obstante, nunca lo lamentó.
Tras ser liberada por los norteamericanos, una guarnición francesa en El Tirol, la volvió a detener. Más tarde se le confiscaron todos los bienes, incluyendo el material fotográfico. Vivió varios meses en la miseria y su matrimonio fracasó. Se le recluyó durante tres meses en un manicomio, en el que se le aplicó electroshock para «desnazificarla»
En varios juicios sucesivos, a instancias norteamericanas y francesas, salió con veredicto favorable, que reconocía su no-implicación ni en el partido ni en ninguna otra de sus ramificaciones y que su relación con Hitler y su partido era estrictamente profesional. Tras un última apelación la calificaron solamente como simpatizante (no perteneciente) del partido nazi.


Tras varios años de pleitos consiguió recuperar parte de sus pertenencias, sobre todo sus rollo de película. Veinte años después de haber sido empezada, terminó el montaje y estrenó Tierra Baja.
Viajó por África, donde quedó prendada por unas fotografías de los atléticos cuerpos de «Los Nuba». Se obsesionó con la idea de filmarlos, y a pesar de los peligros y los consejos en contra (tenía ya 60 años), partió para el sur de Sudán en las más adversas circunstancias.
Las fotografías y filmaciones de «Los Nuba» dieron la vuelta al mundo. Para lograrlas se integró en las costumbres de la tribu y aprendió su lengua. Con su colaborador y cámara, Horst Kettner, en 1968, se adentró en territorios desconocidos y filmó a varias tribus que nunca habían tenido contacto con el mundo de occidente.

Su culto al cuerpo en forma de imágenes fotográficas y filmadas, sirvió a sus críticos para indicar sus evocaciones de la ideología nazi. En la última etapa de su vida profesional, prefirió eliminar de sus imágenes al ser humano. Desde mediados de los años setenta comenzó a fotografiar arrecifes de coral, un tema que incluso le permitió filmar una última película, ya absolutamente vaciada de contenido, Impresiones bajo el agua, que realizó con 97 años y presentó en el 2000, ya con 100 años. Aprendió submarinismo a los 72 años y con más de 90 siguió lanzándose en paracaídas.

Tras escribir dos polémicas autobiografía, murió en el 2003 a los 101 años, cogida de la mano de su pareja y colaborador desde 1968, el cámara Horst Kettner.

lunes, 14 de septiembre de 2009

EL LIBRO QUE NO TENÍA POLVO

Justa literaria. Jonathan Wolstenhome

Ha palmado Schulberg, o sea, el amigo Budd. El príncipe de Hollywood chivato y eficaz cuyas novelas he leído varias veces. Me encontraba a varias millas de la costa más próxima, venturosamente lejos de los periódicos, la radio y la tele, y por eso tardé en enterarme. Ahora, al corriente del asunto, bajo a la parte más subterránea de mi biblioteca, busco en la parte de novela guiri y en la de cine, y emerjo con tres libros en las manos. A dos tengo que soplarles el polvo, y a otro no. Uno de los que soplo empieza: «La primera vez que lo vi no debía de tener más de dieciséis años; era un muchacho listo y despierto como una ardilla. Se llamaba Sammy Glick. Su misión era llevar las cuartillas desde la redacción a la imprenta. Siempre corría. Siempre tenía sed». Un buen comienzo, la verdad. De los que uno envidia. Ese libro me lo regaló mi amigo el productor de cine José Vicuña, en la edición de Planeta del año 61. ¿Por qué corre Sammy?, se llama. No es una obra maestra, pero sí una novela extraordinaria. Ascenso y caída de un trepa ambicioso y genial. Tan buena que duele. El otro con polvo encima –un polvo simbólico, no exageremos o se enfadará Conchi(1), la señora que limpia la casa– es un libro de memorias. De cine, es el título. Memorias de un príncipe de Hollywood. Decepcionante, éste. Buen retrato de los primeros años del cine, contados por el hijo de uno de los grandes productores de la Paramount, pero incapaz de ir más allá. Recuerdo que, cuando lo leí, pensé que, si lo hubiera firmado otro, no volvería a pensar en él. Me fastidió, sobre todo, que el autor pasara de largo, sin detenerse, por la gran mancha puerca y negra de su vida: cuando en 1951, asustado por la caza de brujas en Hollywood, delató a sus compañeros comunistas ante el siniestro Comité de Actividades Antiamericanas.

Pero, bueno. Cada uno es como es, y una cosa no quita la otra. O no debe. También Louis Ferdinand Celine o el barón Corvo –ese Adriano VII de editorial Siruela nunca reeditado, maldita sea–, por citar un par de ejemplos a voleo, entre millones, eran dos pájaros de cuenta. Sería como no reconocer que Madrid de corte a checa, de Agustín de Foxá, es una novela muy bien escrita, argumentando que su autor era más de derechas que una boda de Celia Gámez. O insinuar que los turbios medros políticos del joven Cela empañan la perfección cainita y carpetovetónica de La familia de Pascual Duarte. Chorradas. Cuando uno lee, lo que quiere es talento. Un talento, por volver a nuestro asunto, que Budd Schulberg desvió también, para desgracia de lectores y alegría de cinéfilos –váyase una cosa por la otra–, hacia guiones de películas como Más dura será la caída o el Óscar al mejor guión de 1954 La ley del silencio.



Pero quería hablarles del libro que no tiene polvo. Se titula El desencantado, lo he leído dos veces y media –hay una tarjeta de embarque de avión Florencia-Madrid en el punto donde abandoné la última lectura–, y dudo que ninguna otra novela, excepto la inconclusa El último magnate, de Scott Fitzgerald, cuente, la mitad de bien que lo cuenta ésta, el decadente final de una época extraordinaria en la historia de los Estados Unidos, del cine y de la literatura: los míticos años veinte y su glamour. A Budd Schulberg, en la vida real, le cupo el singular privilegio de trabajar en un guión infame, titulado Amor y hielo, en compañía precisamente de Scott Fitzgerald, cuando el escritor daba las últimas boqueadas arruinado por el alcohol y la disparatada convivencia con Zelda, su conflictiva mujer. E igual que el mismo Fitzgerald se inspiró en su propia historia para escribir la obra maestra Suave es la noche –novela que tampoco tiene polvo en mi biblioteca–, Schulberg recurrió a su experiencia junto a él para escribir la historia de Shep, el joven guionista encargado de trabajar con quien hasta entonces fue su ídolo, Manley Halliday: un escritor icono de su generación que ahora, intentando recuperarse de una vida desastrada y un alcoholismo crónico, es la sombra patética de lo que fue. Y con ese desencanto, la caída del mito y la certeza paralela del extraordinario talento que con él se extingue sin remedio, Budd Schulberg, mediante el personaje interpuesto del joven narrador que cuida del escritor en otro tiempo grande y ahora borracho y acabado, construye un retrato asombroso de la época en que, como apuntó Anthony Burgess Poderes terrenales, otra novelaza–, tanto el cine como la literatura produjeron algunas de las obras de arte más asombrosas de todos los tiempos. El desencantado está en la estela de esas grandes obras; y si es verdad que no las iguala, tampoco desmerece de ellas, pues sobre su huella nace y mucho nos acerca. Gracias a tan soberbia novela, hoy puedo lamentar que haya muerto un magnífico escritor, en lugar de alegrarme porque desaparezca un miserable chivato.

Arturo Pérez-Reverte. XLSemanal, 20 de Septiembre de 2009

Notas: (1) "Sin mácula"

martes, 8 de septiembre de 2009

A LO TONTO, A LO TONTO...

GIF animations generator gifup.com

A lo tonto, a lo tonto, la aculturación está ocupando el lugar de la endoculturación. Sabemos que la interculturalidad se ha dado a lo largo de la Historia. Actualmente quien domina los medios de comunicación transmite rasgos y comportamientos asimilables por la sociedad receptora. Uno de los objetivos de la antropología es observar que formas intangibles y materiales van desapareciendo y cuales las van suplantando en las manifestaciones estéticas, éticas, cívicas, etcétera.
Es necesario por tanto establecer unas premisas objetivas (teniendo en cuenta que no están exentas de ideología) a la hora de priorizar que bienes culturales urge proteger precisamente porque pueden estar en el umbral de la desaparición y sus posibles consecuencias. Pues como dijo Virgilio “si parva licet componere magnis” se debería tener encuenta la comparación de las pequeñas cosas con las grandes. Nuestra pequeña cotidianidad está invadida por elementos transmisores que van ocupando si nosotros lo permitimos o no, una colonización cultural dispuesta a desarmarnos de unos artefactos culturales fraguados en la sabiduría de la experiencia y el sentido común de miles de generaciones. Desde mi punto de vista es altamente peligrosa la pérdida, la desestructuración y el expolio que está llevando acabo la “aldea global” de McLuhan a nuestra cultura.


GIF animations generator gifup.com

EL TIEMPO, GRAN ESCULTOR.

La erosión debida a los elementos y a la brutalidad de los hombres se unen para crear una apariencia sin igual que recuerda a un bloque de piedra debastado por las olas. Alguna de estas modificaciones son sublimes y añaden una belleza involuntaria, asomada a los avatares de la historia, debida a los efectos de las causas naturales y del tiempo. La Victoria de Samotracia es ahora menos mujer y más viento de mar y cielo...