martes, 14 de septiembre de 2010

LA INTELIGENCIA COMO ARMA DE GUERRA


Ruth Benedict

En la Segunda Guerra Mundial se movilizaron cientos de miles de reclutas y muchas toneladas de acero y explosivos. Pero también se movilizó, con sorprendente eficacia a veces, mucha inteligencia.

En junio de 1944 la guerra del Pacífico estaba en su apogeo. Dos años y medio de lucha contra los japoneses habían demostrado a los norteamericanos que la victoria no iba a ser nada fácil. No era sólo que los problemas logísticos tuvieran una envergadura inédita (¿hace falta recordar el tamaño del Pacífico?). las autoridades estadounidenses -descorcentadas ante las dificultades para predecir el comportamiento del enemigo en el Pacífico y necesitadas de un repertorio de soluciones para acelerar la victoria primero e institucionalizar la ocupación despues- encargaron a Ruth Benedict un estudio de antropología cultural sobre las normas y valores de la sociedad japonesa. Resultado del trabajo llevado a cabo, El crisantemo y la espada -titulo que hace referencia a las paradojas del carácter y estilo de vida japoneses-se convirtió practicamente desde su aparición hasta el día de hoy en un clásico imprescindible para aproximarse al conocimiento de los complejos patrones de la cultura japonesa, que explican no solo el militarismo de tiempos pasados, sino también la fabulosa expansión pacífica llevaba a cabo por el pueblo japonés desde el final de la segunda guerra mundial.

Un enemigo, además, profundamente extraño. En palabras de Benedict:

Al igual que la Rusia zarista antes que nosotros, en 1905, luchábamos contra una nación perfectamente armada y adiestrada que no pertenecía a la tradición cultural de Occidente. Era obvio que para los japoneses no existían las convenciones bélicas que las naciones occidentales habían llegado a aceptar como hechos humanos naturales (…) En realidad, el problema principal estaba en la propia naturaleza del enemigo. Debíamos, ante todo, entender su comportamiento para enfrentarnos con él.”

Un ejemplo de esta extrañeza era el comportamiento de los japoneses ante la derrota:

Durante la campaña en el norte de Birmania, la proporción de prisioneros [japoneses] con respecto a los muertos fue de 142 a 17166; es decir, de 1 a 120. Y de los 142 soldados que se encontraban en los campos de prisioneros, todos, excepto una pequeña minoría, se hallaban heridos o inconscientes cuando fueron apresados (…) En los ejércitos de las naciones occidentales, es un hecho reconocido que las unidades no pueden resistir a la muerte de la cuarta o la tercera parte de sus efectivos sin rendirse. La proporción entre los que se entregan y los muertos es de cuatro a uno.”

Cuatro a uno en occidente, uno a ciento veinte en Japón. Está claro que eran diferentes.
Otro ejemplo: los oficiales japoneses no tenían reparos en sacrificar a sus hombres si con ello conseguían el éxito de una misión. Esto parece inhumanos, pero es que los propios soldados preferían morir a la ignominia de rendirse. El trato que daban los japoneses a sus prisioneros de guerra era atroz, pero sus propios heridos no corrían mucha mejor suerte: no se preocupaban de evacuarlos, y cuando se retiraba el batallón de una posición, el oficial al mando a menudo los mataba de un disparo.
Ante este panorama, el alto mando norteamericano hizo algo muy notable. En lugar de demonizar a los nipones como bestias inhumanas, como ciegos fanáticos, hubo quien pensó que había que intentar entenderlos. Y contrató a Ruth Benedict, que era, junto con Margaret Mead, la antropóloga más brillante del momento, para esa tarea.
No fue fácil: estaban en guerra, y era imposible utilizar la principal herramienta del antropólogo, el trabajo de campo. Benedict lo suplió entrevistando hasta la extenuación a docenas de inmigrantes criados en el Japón. Y empapándose de toda la literatura japonesa que pudo:

Al revés de lo que sucede con muchos pueblos orientales, los japoneses tienen una gran tendencia a escribir sobre sí mismos. Escribieron sobre las trivialidades de su vida, lo mismo que sobre sus programas de expansión mundial. Y eran notablemente francos. Claro está que no daban una imagen completa. Nadie lo hace. Un japonés que escriba sobre el Japón pasa por alto cuestiones verdaderamente cruciales, pero que son para él tan diáfanas e invisibles como el aire que respira, y lo mismo hacen los norteamericanos cuando escriben sobre los Estados Unidos (…)
Leía esta literatura como Darwin dice que leía cuando estaba trabajando en sus teorías sobre el origen de las especies, anotando todo aquello que no lograba comprender. ¿Qué necesitaría saber para entender la yuxtaposición de ideas en un discurso pronunciado en la Dieta?¿A qué respondía la repulsa de un acto que parecía trivial y la fácil aceptación de otro que parecía ultrajante? Yo leía haciéndome siempre la misma pregunta: Hay algo absurdo en esta imagen. ¿Qué necesitaría saber para entenderla?”


“Esto me parece absurdo, luego no lo entiendo bien”: maravillosa actitud, y sumamente infrecuente.
El resultado de este trabajo se publicó en forma de libro en 1946, con el título de -El crisantemo y la espada-, y fue un éxito inmediato. Aunque la mentalidad japonesa seguramente ha cambiado mucho en sesenta años, sigue siendo una lectura extraordinaria.

Empezaba diciendo que la Segunda Guerra Mundial sirvió para movilizar mucha inteligencia. El 11 de septiembre de 2001 vivimos una agresión en suelo norteamericano sólo comparable a la de Pearl Harbor. Se dice que desde entonces estamos en guerra contra un enemigo formidable y profundamente extraño. Pero no parece que el Pentágono haya contratado a ninguna Ruth Benedict que le ayude a entender al enemigo. Quizá es sólo un ejemplo más del general declive de la inteligencia.

Benedict quería averiguar por qué los japoneses estaban perdiendo la guerra y seguian dispuestos a morir antes que dejarse capturar. Le desconcertaban las paradojas que observaba: un pueblo que podía ser cortés e insolente a la vez, rígido y al mismo tiempo permeable a las innovaciones, sumiso y sin embargo difícil de controlar desde arriba, leal y a la vez capaz de traicionar, disciplinado y, en ocasiones insubordinado,dispuesto a morir por la espada y a la vez tan afectado por la belleza del crisantemo.

En este libro se le dedican muchas páginas a los concepto de ON y otros derivados como Chu, que supone fidelidad al Emperador, de Gi como actitud correcta o rectitud y Gimu: como las diferentes categorías de compromiso y obligación que tienen los japoneses. Son especialmente interesantes los conceptos de: Ko o piedad filial, Katajikenai o la extraña definición de cuando alguien se siente insultado, Jiriki o la autoayuda que solo depende de las propias potencialidades que se han entrenado para que estas sean eficaces.

El japonés también tiene un extremado sentido de lo que es capaz de hacer y debe hacer sumado a un extraordinario sentido del deber y a eso se le podría llamar (jiriki) o la autoayuda que solo depende de las propias potencialidades que se han entrenado para que estas sean el máximo de eficaces. Dice Benedict: en la batalla el espíritu(y la voluntad) superaba incluso el hecho físico de la muerte. Una emisión radiofónica explicaba el heroísmo de un piloto y el milagro de su conquista de la muerte: Resumiendo el mensaje es que un capitán que pilotaba un avión fue de los primeros en llegar a la base , allí contó uno a uno todos los aviones de su escuadrilla que iban llegando, cuando acabó con el recuento que era su obligación como capitán cayó desplomado y muerto. Los aviadores se acercaron y descubrieron que su cuerpo estaba frío y que tenía una herida, es decir que hacía unas horas que había muerto en el combate y sin embargo su espíritu, voluntad y fortaleza le permitieron" vivir" hasta cumplir su misión.

Kamikazes

martes, 25 de mayo de 2010

MARÍA DESCUBRIÓ A MONTAIGNE


María de Gournay nace en París el 6 de octubre de 1565. Su padre Guillaume Le Jars, tesorero real, fallece en 1578 cuando la joven María apenas tiene 13 años, siendo esta la mayor de seis hermanos. Desde entonces su madre, Jeanne de Hacqueville, desatiende las manifiestas inquietudes intelectuales de su hija, formándola para la economía doméstica y la crianza dentro del más estricto "código femenino" de la época. Sin embargo este destino no contentaba a María, razón por la cual, se inicia en el aprendizaje del griego y del latín de forma totalmente autodidacta a través de la comparación de textos clásicos con sus traducciones. Tradujo obras de Salustio, Ovidio, Virgílio y Tácito.

Alternando lecturas clásicas con los textos de su época es como a la edad de dieciocho años, María descubre la primera edición de los Ensayos de Miguel de Montaigne que le provocarían una profunda epistemofilia por el filósofo.


En 1586 la familia se traslada a Gourney, al señorío que su padre compró antes de morir, pero dos años más tarde, en 1588, durante una breve estancia de María en París, esta hace llegar a Montaigne una carta en la que le traslada su deseo de conocerle. El encuentro se produce un día más tarde y desde entonces se inicia una de las relaciones más fructíferas y ambigüas que ha conocido la historia del pensamiento. Montaigne no dudó en llamarla "fille d'alliance" (en los Ensayos, libro II, capítulo XVII, "De la presunción"), denotando una admiración que explicará el gran intercambio intelectual que producirá en los años posteriores el encuentro. Montaigne no duda en trasladarse grandes temporadas a la mansión de Gournay-sur-Aronde donde discuten sobre su obra. Fruto de estos encuentros María de Gournay escribe en 1594 su primera gran obra, Le Proumenoir(1). Tras la muerte de Montaigne en 1592, su familia le encomienda a María la revisión de los Ensayos, comenzando así su labor de escritora. De este trabajo nace el prólogo a la edición de 1595 y las posteriores ediciones de la obra en 1598 y 1641.

En 1699 se traslada a París y comienza a fomentar los círculos intelectuales de la época de la mano de Henri Louis Harbert de Montmor y Juste Lipse, que la presenta como una "mujer leída". A pesar de las dificultades de una mujer d la época para recibir el reconocimiento y la estima en el plano del pensamiento, María conecta con la alta esfera de la sociedad y de la política parisiense consiguiendo así la protección y el mecenazgo de la Reina Margot, Enrique IV, María de Médicis, Luis XIII, la marquesa de Guercheville o el mismo Richelieu, quien ofrece a María una pequeña pensión real que le permite el privilegio de poder editar sus propias obras. Como mujer, María fue a menudo objeto de ataques personales y de crítica infundada de su trabajo. Como católica, fue hostil al movimiento protestante, pero se mantuvo cercana a liberales como Théophile de Viau, Gabriel Naudé, Francois de la Mothe Le Vayer, a quien dejaría su biblioteca, que ella misma había recibido de Montaigne (quien a su vez la había heredado de La Boetié). En 1690 se involucró en el debate sobre el asesinato de Enrique IV y en defensa de los jesuitas.

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Biblioteca de Montaigne

Defensora de Ronsard y la tradición de la Pléyade y agresora de Racan y la escuela de Malherbe, reunió todas sus obras en La sombra de la señorita Gournay (1626). Su estilo es vigoroso e independiente. En Adieu de l'ame du roi á la reine Marie de Médicis (1610), escribió: "El pueblo es la gloria y la grandeza de los reyes y no al revés".

En Igualdad de hombres y mujeres (1622), hace una crítica amarga de la condición femenina de su tiempo. De forma inconsciente y a pesar de su devoción por Montaigne, con su actitud agresiva y un poco pedante alentaba a los detractores del autor de los Ensayos. Sin embargo, gracias a su vida y a su obra, marca un hito en el humanismo femenino entonces naciente.

Su extensa y diversa obra, que abarca temas como la educación, la política o el análisis comparado de textos queda recogida en sus dos compilaciones magnas, L'ombre de la Demioselle de Gournay, de 1626 y Le Advis, ou les Presens de la Demoiselle de Gournay de 1534.
El 13 de julio de 1645, María muere a la edad de 79 años.

NOTAS:
(1) Se publicó por ese tiempo, y aunque no fue un éxito comercial o crítico en el momento, se considera una de las primeras novelas psicológicas. Su trama trata de una princesa Persa, Alinda, que se resiste a la perspectiva de un matrimonio arreglado...

martes, 11 de mayo de 2010

CONJETURAS SOBRE UN SABLE


Soy de los que no encuentran raro el comportamiento disparatado de un niño pequeño. Creo que los ademanes y muecas, las carreras sin objeto aparente, los ruidos y movimientos, volteretas, extrañas miradas y actitudes de esos infatigables locos cariocos no son casuales, sino que responden a impulsos concretos y a razonamientos impecables. Cada vez que asisto a la conversación de un mocoso me asombran la firmeza de sus convicciones, la honradez intelectual y la lógica in-sobornable que articula su mundo. Un mundo coherente que tiene sus reglas propias. Los incoherentes, los dispersos, los confusos, somos nosotros: los adultos embrollados en turbias inconsecuencias; y que, por haberlos olvidado, desconocemos los códigos tan rectos, tan intachables, que rigen el universo de nuestros cachorros.


Hoy pienso de nuevo en eso, pues camino por la acera observando a un niño que va delante, agarrado a la mano de su madre. Tendrá unos tres años y aún camina con esos andares torpes, en apariencia aleatorios y ensimismados de los críos pequeños: sigue un ritmo de pasos propio y de cadencia indescifrable, pisa esta baldosa, evita aquélla, se aparta tirando de la mano de la madre o hace un quiebro y se coloca detrás. También emite sonidos ininteligibles hinchando los mofletes. Parece, en fin, como todos los malditos enanos, majareta total: unas maracas de Machín dentro de un anorak con los Lunnis estampados. Para rematar la pinta de jenares, camina con un sable de plástico metido entre la cremallera del anorak. El sable lo lleva con absoluta naturalidad, sin darle importancia, como sólo un niño pequeño o un espadachín profesional pueden llevarlo. Nada incongruente en su aspecto: un crío con sable, de los de toda la vida, antes de que los soplapollas y las soplapollos políticamente correctos nos convencieran de que la igualdad de sexos y el pacifismo se logran haciendo que futuros albañiles, sargentos de la Legión o percebeiros gallegos jueguen a cocinillas con la Nancy Barriguitas.

El caso es que durante un trecho veo caminar al niño con la cabeza baja, mirándose muy atento los pies. Y de pronto, en una especie de arrebato homicida, extrae el sable del anorak y, esgrimiéndolo con denuedo, empieza a asestar mandobles terribles al aire, con tal entusiasmo que al cabo tropieza, trabándose con el arma, sostenido por tirones impacientes de la madre. Inasequible al desaliento, en cuanto recobra el equilibrio vuelve a sacudir sablazos a diestro y siniestro, dirigidos a cuanto transeúnte se pone a tiro. La madre lo reconviene, zarandeándolo un poco, y ahora el tiñalpilla camina un trecho cabizbajo, el aire enfurruñado, arrastrando la punta del sable por la acera. Pero un cartero se acerca de frente, arrastrando su carrito amarillo, y la tentación es irresistible. Así que el enano mortífero alza de nuevo el sable, hace una parada como si se pusiera en guardia, y le tira un viaje al cartero, que da un respingo. El segundo mandoble intenta atizárselo a un chico joven de mochila que viene detrás, pero el otro, con una sonrisa divertida, se aparta de improviso, el sablazo se pierde en el vacío, y el niño, todavía agarrado por la otra mano a su madre, gira en redondo sobre sí mismo y cae medio sentado al suelo. Bronca y confiscación del arma letal. Ahora madre e hijo reanudan camino, mientras éste, lloroso, cautivo y desarmado, mira a los transeúntes con evidente rencor social.
–Quizá su hijo tenga razón –le digo a la señora al ponerme a su altura.
Me mira sorprendida. Suspicaz. Así que sonrío, señalo al enano, que me estudia desde abajo como diciéndose «no sé quién será éste, pero cuando recupere el sable se va a enterar», y añado:
–A lo mejor sólo intenta defenderla.
La madre me observa un instante, aún confusa. Al fin, sonríe a su vez.
–Puede ser –responde.
–Tal como se presenta el futuro, yo le devolvería el sable.

Saludo con una inclinación de cabeza y sigo camino, adelantándome. Al rato, cuando hago alto en un semáforo, me alcanzan de nuevo. Los miro de soslayo y compruebo que el diminuto duelista lleva otra vez el sable de plástico metido en el anorak. Entonces el semáforo se pone en verde y cruzo la calle, riendo entre dientes. A fin de cuentas, concluyo, un sable puede ser tan educativo como un libro. Según quién te lo ponga en las manos.


Arturo Pérez-Reverte. El Semanal 11 de febrero de 2007

martes, 23 de marzo de 2010

DE CIENCIA A POÉTICA. CARTAS A UNA PRINCESA ALEMANA (LEONARD EULER)


Siempre dudé entre elegir el bachillerto de ciencias o de letras. Al final opté por el primero pero en COU seguí dudando y elegí las humanidades para embarcarme en la licenciatura de geografía e historia. Es una combinación del espacio y el tiempo con cierta tangencialidad entre una cosa y otra. Por eso me ha encantado encontrar esa pista que Arturo Pérez-Reverte estampa en la dedicatoria de su nueva novela -El asedio- sobre un fragmento de Las cartas a una princesa alemana de L. Euler.
«La pesantez o gravedad es una propiedad de todos los cuerpos terrestres e incluso de la luna. Por la pesantez, la luna es impulsada hacia la tierra, que modifica su movimiento de la misma manera que modifica el movimiento de una bala de cañón o de una piedra lanzada con la mano. Debemos este importante descubrimiento al difunto señor Newton. El gran filósofo y matemático inglés se hallaba un día tumbado en un jardín, bajo un manzano, una manzana le cayó en la cabeza y le permitió realizar muchas reflexiones. Concibió que la pesantez había hecho caer la manzana, después de ser desgajada de la rama quizás por el viento o alguna otra causa. Esta idea parecía muy natural, y cualquier campesino hubiera hecho la misma reflexión; pero el filósofo inglés fue más lejos. Es necesario, pensó, que el árbol fuera alto; y esto le hace formularse la pregunta de si hubiera caído la manzana abajo en el caso de que el árbol fuera todavía más alto. De ello no podía dudar.

Pero si el árbol hubiera sido tan alto que llegara hasta la luna, se encontraría indeciso en decidir si la manzana caería o no. En caso de que cayese, lo que le parecía en todos los aspectos muy verosímil, pues no se puede concebir un límite en la altura del árbol en el que la manzana no cayese; en este caso, se precisaría que tuviera algún peso que la impulsara hacia la tierra; luego si la luna se encontrase en el mismo lugar, sería impulsada hacia la tierra por una fuerza semejante a la de la manzana. Sin embargo, como la luna no le cayó en la cabeza, comprendió que el movimiento podría ser la causa, de la misma manera que una bomba puede pasar por encima de nosotros sin caer verticalmente hacia abajo. Esta comparación del movimiento de la luna con el de una bomba le determinó a examinar más atentamente la cuestión, y, ayudado por los recursos de la más sublime geometría, encontró que la luna seguía en su movimiento las mismas reglas que se observan en el movimiento de una bomba; de manera que si fuera posible lanzar una bomba a la altura de la luna y con la misma velocidad, la bomba tendría el mismo movimiento que la luna. Señaló únicamente esta diferencia: el peso de la bomba a esa distancia de la tierra sería mucho menor que aquí abajo. Vuestra Alteza(1) observará, por este relato, que el principio del razonamiento del filósofo era muy simple, y no difería apenas del de un campesino, aunque después se elevó infinitamente por encima. Luego es una extraordinaria propiedad de la tierra, que todos los cuerpos que se encuentran, no sólo en ella, sino también los muy alejados, hasta la distancia de la luna, les impulsa una fuerza hacia el centro de la tierra; y esta fuerza es la gravedad, que disminuye según los cuerpos se alejan de la superficie de la tierra. El filósofo inglés no se detuvo aquí: como sabía que los cuerpos de los planetas son totalmente semejantes a la tierra, concluyó que los cuerpos en los alrededores de cada planeta son pesados, y la dirección de esa pesantez tiende hacia el centro del planeta. Tal pesantez sería quizás más o menos grande que en la tierra, de manera que un cuerpo de cierto peso entre nosotros, al ser transportado a la superficie de un planeta, tendrá allí un peso más o menos pequeño. Por último, la fuerza de gravedad de cada planeta se extiende también a grandes distancias alrededor; y como vemos que el planeta Júpiter tiene cuatro satélites y Saturno cinco, que se mueven alrededor de ellos como la luna alrededor de la tierra, no se puede dudar que el movimiento de los satélites de Júpiter no sea moderado por su pesantez hacia el centro de Saturno. Pero, de la misma manera que la luna se mueve alrededor de la tierra y los satélites alrededor de Júpiter o de Saturno, todos los planetas se mueven alrededor del sol; de donde Newton obtuvo esta famosa consecuencia: el sol está dotado de una propiedad semejante de pesantez y todos los cuerpos que se encuentran alrededor son impulsados hacia el sol por una fuerza que podría llamarse gravedad solar. Esta fuerza se extiende muy lejos alrededor del sol, y hasta más allá de todos los planetas, pues modifica su movimiento. El mismo filósofo por la fuerza de su espíritu encontró el medio de determinar el movimiento de los cuerpos, cuando se conoce la fuerza por la que son impulsados; luego, puesto que había descubierto las fuerzas que impulsan a los planetas, estaba en condiciones de proporcionar una justa descripción de sus movimientos. En efecto, antes de este gran filósofo, se tenía una profunda ignorancia sobre el movimiento de los cuerpos celestes; y sólo a él debemos las grandes luces que ahora gozamos en astronomía. Vuestra Alteza estará sorprendida por los grandes progresos que todas las ciencias han obtenido de un principio tan simple y leve. Si Newton no se hubiera tumbado en el jardín bajo un manzano, y no hubiera caído por azar una manzana en su cabeza, quizás nos encontraríamos en la misma ignorancia sobre el movimiento de los cuerpos celestes y sobre una infinidad de fenómenos que dependen de ellos. Esta materia merece toda la atención de vuestra Alteza, y me satisface hablar en la próxima sobre el mismo tema.»


Resulta de estos diferentes textos, que a los ojos de Newton (que tiene sumo derecho a ser escuchado, cuando se trata de la naturaleza de la atracción), dicho fenómeno era probablemente el efecto de una causa mecánica, obrando con arreglo a las leyes generales del movimiento, aunque no posea bastante número de experimentos para que pueda afirmar nada de su naturaleza. Algunos de los más grandes sabios del siglo XVIII han adoptado la misma opinión: Euler, por ejemplo, el cual, defendiendo con calor la ley de Newton contra los cartesianos, admitía, sin embargo, con éstos que todos los fenómenos del movimiento se explican mecánicamente, y rechazaba la idea de una atracción a distancia como una cualidad oculta resucitada por los escolásticos. He aquí lo que nos dice Euler con este objeto:

«Es un hecho demostrado por las más sólidas razones que en todos los cuerpos celestes reina una gravitación general, en virtud de la cual son rechazados o atraídos unos hacia otros, y que esta fuerza es tanto mayor cuanto más próximos se hallan entre sí. Semejante hecho no puede ponerse en duda, pero no están conformes sobre sí se le debe llamar una impulsión o una atracción, aunque el nombre no cambie lo más mínimo la cosa. Vuestra Alteza sabe que el efecto es el mismo, ya se empuje un coche por detrás, o sea arrastrado por delante; así el astrónomo, atento tan sólo al efecto de esta fuerza, no se cuida de si los cuerpos celestes son rechazados unos hacia otros o se atraen mutuamente, de la misma manera que no se toma cuidado sobre si la tierra atrae los cuerpos, o si son éstos rechazados por una causa invisible. Pero si se quiere penetrar en los misterios de la naturaleza, es muy importante saber si los cuerpos celestes obran unos sobre otros por impulsión o por atracción; si es alguna materia sutil e invisible que obra sobre ellos y los rechaza unos hacia otros, o si se hallan dotados de una cualidad latente u oculta por medio de la cual se atraen mutuamente. Los filósofos se encuentran divididos en este punto; los partidarios de la impulsión se llaman impulsionistas, y los de la atracción atraccionistas. M. Newton se inclinaba mucho hacia los últimos, y en la actualidad casi todos los ingleses pertenecen a este bando. Convienen ellos en que no existen cuerdas ni máquinas que ordinariamente se empleen para tirar, y de las cuales pudiera servirse la tierra para causar la pesadez, menos aún descubren entre el sol y la tierra algo que nos indujera a creer que aprovechaba al primero para atraer a ésta. Si se viese seguir un coche a los caballos sin estar éstos uncidos, y no se observasen cuerdas ni ninguna otra cosa propia para mantener la comunicación entre el carruaje y los animales: no se diría que aquél fuese arrastrado por éstos, más bien deberíamos admitir que existía alguna fuerza impelente, aún cuando nada se pudiera observar, a menos que fuese obra de hechicería».


Estos fragmentos están extraídos de unas de las doscientas cartas dirigidas a Federica Carlota Ludovica von Brandenburg Schwedt, princesa de Anhalt Dessau y más tarde abadesa del convento de Herford. Leonhard Euler, amigo de su padre, las escribió todas ellas dirigidas a la princesa desde Berlín, yendo fechadas entre 1768 y 1772. Constituyen un epítome general de temas que abarcan la ciencia, la filosofía, la teología o la música; tratados con sencillez y sin entrar en justificaciones matemáticas, que certifican una vez más la categoría de sabio universal del suizo.

martes, 2 de febrero de 2010

PIONERAS DEL OESTE


La palabra Western significa literalmente occidental, que es la dirección que siguieron los colonos de la costa Atlántica en busca de nuevas tierras. Es por eso que las películas del Oeste, o de indios y vaqueros, se las conoce con el nombre de Western.
La conquista del Oeste fue en realidad la expansión imperialista de los estados de la Union. Convencidos por la campaña propagandistica del gobierno, el Oeste se convirtió en la tierra de las grandes oportunidades. Hasta ella llegaron gentes de todo el mundo en busca de las bondades de la nueva patria. Todos ellos, junto a los colonos estadounidenses, compitieron por el control de esta nueva tierra. Caravanas de colonos, pioneros que se adentran en mundos inhóspitos.
La mujer y la familia aparecen retratadas como elementos indispensables para consolidar la Conquista del Oeste, y alimentar de vida y esperanza unas tierras que estaban por civilizar. La mujer representa ese elemento civilizador en un mundo primitivo, esencial para dotar de estabilidad un entorno duro y lleno de riesgos, siendo muy importante su papel en la frontera.
El perfil que aquí me interesa es el de la mujer fuerte, pionera, vital para el asentamiento y el progreso de las comunidades. Muchas de ellas se caracterizan por su rebeldía, erigiéndose en mujeres orgullosas, autosuficientes.
En películas como –Caravana de mujeres- juegan un rol distinto al tradicional. Su acción transcurre en 1850, cuando 150 mujeres viajan desde Chicago hasta California, a contraer matrimonio con hombres de allí, a los que previamente habían escogido por medio de fotografías y repoblar una localidad granjera de hombres solitarios. Ellas pasarán diversas calamidades en el largo viaje por las montañas rocosas y el desierto, en el que les guía Buck Wyatt, que había servido en las campañas contra los indios. Hay que recordar que, en ese tiempo, las caravanas se convirtieron en algo habitual en el oeste ya que los colonos, en sus carretas, solían dirigirse a los territorios de la costa del Pacífico y Nevada para explorar o instalarse en esos lugares aún sin dueño. Robert Taylor está en su salsa entre tanta mujer, y escenas como el ataque de los sioux están resueltas con un impecable nervio de tensión narrativa.
En este western podemos ver cómo las componentes de la caravana, solteras y viudas de diferentes procedencias y extractos sociales pero todas ellas muy “femeninas”, recorren largas y agotadoras caminatas a pie, guían a las mulas, tiran de los carros cuando es necesario, disparan armas de fuego, etc., e incluso se pelean a tortazos y dejan tirados por el camino (cuando es necesario desembarazarse del lastre) sus preciados objetos de ajuar (vestidos, muebles...). Este viaje les costará a muchas la vida, pero demostrará al protagonista, un misógino Robert Taylor , que las mujeres son tan capaces y valientes como sus compañeros varones.
Para el género western, pues, estas mujeres de carácter no solamente resultan sumamente atractivas, sino también beneficiosas. En cierto modo, muchas producciones constituyen un canto a la emancipación femenina (lógicamente, dentro de los marcos de corrección de cada época), puesto que plasman el Oeste como el lugar idóneo donde las mujeres pueden liberarse de muchas de sus ataduras. Asimismo, el viaje y posterior asentamiento en estos territorios supone, para muchas féminas, el aprendizaje y realización de trabajos propios de hombres.
Otro factor importante que nos muestra es la escasez de mujeres en las regiones del Oeste. Este hecho cierto, se sumó a la concepción del Oeste como un lugar de transformación.
Una caravana pasional retratada al viento desafiante de los grandes espacios del Western de toda la vida. Mujeres maravillosas de sentimiento y pasión, que parten en busca, no de oro, sino de un territorio donde emprender una nueva vida, no por más desconocido, menos deseado, enfrentándose a múltiples peligros, acabarán, irremediablemente, por destripar nuestras entrañas, después de ver esta historia, tan impresionantes como la Odisea de Ulises (bien que menos mitológicos) que ilustra a la perfección la creciente voluntad femenina cuando se deja prender por el secreto acto de sus más íntimas emancipaciones, y que, por supuesto, significaba un bocado demasiado indigesto para aquellas beatitudes reinantes en el coto cerrado (a la mujer) del durísimo Oeste Norteamericano. Esa gigantesco "women´s convoy" será así capaz, ante los ojos asombrados del super macho Taylor, de dar vida a un orden personal nuevo, férreo, y obsesivamente fetichista en cuanto se refiere a sus sueños domésticos. Mujeres que se enfrentan a la pirueta milagrosa de una búsqueda voluptuosa en el puritano siglo del revólver, pétreo como Mr. Robet, desprovisto de tonos lastimeros, y en las que, pese a las arenas movedizas de un paisaje aterrador, sobre el que gravita un sol que cae a plomo, la muerte (ataques indios incluídos), y todo el horror de una Naturaleza, tantas veces fantasmal y cruel, persistirán hasta el fin en el factor esencial a que las arrastra esa imparable y valiente sensación física (también anímica) que promueve el deseo de ser amado.Todo lo asume Wellman con una gran honestidad y pocos medios. Hay un rincón para cada protagonista enfrentado a sus problemas personales. Un durísimo Robert Taylor, quizás en uno de su mejores papeles. Una arrebatadora Denise Darcel y una inolvidable, gigantesca (en todos los sentidos) Hope Emerson que amortiguará los efectos devastadores de gran parte del tremendo viaje (o via crucis). El resto del elenco femenino es igualmente sensacional.

Un western anticonvencional para su tiempo, por la importancia que tienen las mujeres en su acción.

lunes, 11 de enero de 2010

AQUELLA COSTUMBRE DE "LLEVARSE A LA NOVIA"

Leyendo un artículo de Joan Frigolé sobre esa costumbre de llevarse a la novia, recordé una historia que contaba la abuela Rosario de como su hermano Manuel se fugó con Margarita después de ir al pueblo de ella y decirle –te llevo conmigo- . Me imaginaba la escena final de la película “Río sin retorno” en la que Robert Mitchum entra al Saloom y toma a Marlyn Monroe como si fuera un saco de patatas.


Por lo visto esta tradición se daba en las zonas de Levante y Andalucía. Era una forma de esquivar el ritual de la boda y todo lo que ella generaba o tal vez por la oposición al noviazgo de alguna de las familias. La mayoría de las veces era una mera puesta en escena incluso para los parientes que aparentaban disgusto y pesar. Al final los novios visitaban a la familia de ella para recibir el consentimiento paterno y este darle su aprobación sin remedio pues se suponía que la novia ya no era virgen.
La mayoría de las veces esa unión no pasaba por la iglesia aunque la comunidad ya la consideraba un matrimonio en toda regla, pues entendían que al fugarse esa relación era legítima.

Representación del rapto de Europa en una pintura romana hallada en Pompeya. Nápoles, Museo Arqueológico Nacional.

Esta decisión de arrebato hacia el otro sexo no siempre ha sido consentida por la mujer complaciente en el –llévame contigo- . En la mitología y el cuento se reflejan el imaginario de hechos concretos a raptos por deseo o botín de guerra, ellas iban a la fuerza, o engañadas con el enmascaramiento. Pero en algunos casos se daba ese dicho de que “el roce trae el cariño” y sino, ahí tenemos a la señora del Averno –Perséfone- . Raptada en un descuido otoñal y llevada a ultratumba por el que luego fue su esposo –Hades-, o trasladándonos a una refriega más contemporánea -Átame- en la que Antonio Banderas conquista el amor de Victoria Abril a lo “Síndrome de Estocolmo



En resumen: el que la sigue la consigue y la historia o la victoria es del que resiste.

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EL TIEMPO, GRAN ESCULTOR.

La erosión debida a los elementos y a la brutalidad de los hombres se unen para crear una apariencia sin igual que recuerda a un bloque de piedra debastado por las olas. Alguna de estas modificaciones son sublimes y añaden una belleza involuntaria, asomada a los avatares de la historia, debida a los efectos de las causas naturales y del tiempo. La Victoria de Samotracia es ahora menos mujer y más viento de mar y cielo...