martes, 25 de mayo de 2010

MARÍA DESCUBRIÓ A MONTAIGNE


María de Gournay nace en París el 6 de octubre de 1565. Su padre Guillaume Le Jars, tesorero real, fallece en 1578 cuando la joven María apenas tiene 13 años, siendo esta la mayor de seis hermanos. Desde entonces su madre, Jeanne de Hacqueville, desatiende las manifiestas inquietudes intelectuales de su hija, formándola para la economía doméstica y la crianza dentro del más estricto "código femenino" de la época. Sin embargo este destino no contentaba a María, razón por la cual, se inicia en el aprendizaje del griego y del latín de forma totalmente autodidacta a través de la comparación de textos clásicos con sus traducciones. Tradujo obras de Salustio, Ovidio, Virgílio y Tácito.

Alternando lecturas clásicas con los textos de su época es como a la edad de dieciocho años, María descubre la primera edición de los Ensayos de Miguel de Montaigne que le provocarían una profunda epistemofilia por el filósofo.


En 1586 la familia se traslada a Gourney, al señorío que su padre compró antes de morir, pero dos años más tarde, en 1588, durante una breve estancia de María en París, esta hace llegar a Montaigne una carta en la que le traslada su deseo de conocerle. El encuentro se produce un día más tarde y desde entonces se inicia una de las relaciones más fructíferas y ambigüas que ha conocido la historia del pensamiento. Montaigne no dudó en llamarla "fille d'alliance" (en los Ensayos, libro II, capítulo XVII, "De la presunción"), denotando una admiración que explicará el gran intercambio intelectual que producirá en los años posteriores el encuentro. Montaigne no duda en trasladarse grandes temporadas a la mansión de Gournay-sur-Aronde donde discuten sobre su obra. Fruto de estos encuentros María de Gournay escribe en 1594 su primera gran obra, Le Proumenoir(1). Tras la muerte de Montaigne en 1592, su familia le encomienda a María la revisión de los Ensayos, comenzando así su labor de escritora. De este trabajo nace el prólogo a la edición de 1595 y las posteriores ediciones de la obra en 1598 y 1641.

En 1699 se traslada a París y comienza a fomentar los círculos intelectuales de la época de la mano de Henri Louis Harbert de Montmor y Juste Lipse, que la presenta como una "mujer leída". A pesar de las dificultades de una mujer d la época para recibir el reconocimiento y la estima en el plano del pensamiento, María conecta con la alta esfera de la sociedad y de la política parisiense consiguiendo así la protección y el mecenazgo de la Reina Margot, Enrique IV, María de Médicis, Luis XIII, la marquesa de Guercheville o el mismo Richelieu, quien ofrece a María una pequeña pensión real que le permite el privilegio de poder editar sus propias obras. Como mujer, María fue a menudo objeto de ataques personales y de crítica infundada de su trabajo. Como católica, fue hostil al movimiento protestante, pero se mantuvo cercana a liberales como Théophile de Viau, Gabriel Naudé, Francois de la Mothe Le Vayer, a quien dejaría su biblioteca, que ella misma había recibido de Montaigne (quien a su vez la había heredado de La Boetié). En 1690 se involucró en el debate sobre el asesinato de Enrique IV y en defensa de los jesuitas.

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Biblioteca de Montaigne

Defensora de Ronsard y la tradición de la Pléyade y agresora de Racan y la escuela de Malherbe, reunió todas sus obras en La sombra de la señorita Gournay (1626). Su estilo es vigoroso e independiente. En Adieu de l'ame du roi á la reine Marie de Médicis (1610), escribió: "El pueblo es la gloria y la grandeza de los reyes y no al revés".

En Igualdad de hombres y mujeres (1622), hace una crítica amarga de la condición femenina de su tiempo. De forma inconsciente y a pesar de su devoción por Montaigne, con su actitud agresiva y un poco pedante alentaba a los detractores del autor de los Ensayos. Sin embargo, gracias a su vida y a su obra, marca un hito en el humanismo femenino entonces naciente.

Su extensa y diversa obra, que abarca temas como la educación, la política o el análisis comparado de textos queda recogida en sus dos compilaciones magnas, L'ombre de la Demioselle de Gournay, de 1626 y Le Advis, ou les Presens de la Demoiselle de Gournay de 1534.
El 13 de julio de 1645, María muere a la edad de 79 años.

NOTAS:
(1) Se publicó por ese tiempo, y aunque no fue un éxito comercial o crítico en el momento, se considera una de las primeras novelas psicológicas. Su trama trata de una princesa Persa, Alinda, que se resiste a la perspectiva de un matrimonio arreglado...

martes, 11 de mayo de 2010

CONJETURAS SOBRE UN SABLE


Soy de los que no encuentran raro el comportamiento disparatado de un niño pequeño. Creo que los ademanes y muecas, las carreras sin objeto aparente, los ruidos y movimientos, volteretas, extrañas miradas y actitudes de esos infatigables locos cariocos no son casuales, sino que responden a impulsos concretos y a razonamientos impecables. Cada vez que asisto a la conversación de un mocoso me asombran la firmeza de sus convicciones, la honradez intelectual y la lógica in-sobornable que articula su mundo. Un mundo coherente que tiene sus reglas propias. Los incoherentes, los dispersos, los confusos, somos nosotros: los adultos embrollados en turbias inconsecuencias; y que, por haberlos olvidado, desconocemos los códigos tan rectos, tan intachables, que rigen el universo de nuestros cachorros.


Hoy pienso de nuevo en eso, pues camino por la acera observando a un niño que va delante, agarrado a la mano de su madre. Tendrá unos tres años y aún camina con esos andares torpes, en apariencia aleatorios y ensimismados de los críos pequeños: sigue un ritmo de pasos propio y de cadencia indescifrable, pisa esta baldosa, evita aquélla, se aparta tirando de la mano de la madre o hace un quiebro y se coloca detrás. También emite sonidos ininteligibles hinchando los mofletes. Parece, en fin, como todos los malditos enanos, majareta total: unas maracas de Machín dentro de un anorak con los Lunnis estampados. Para rematar la pinta de jenares, camina con un sable de plástico metido entre la cremallera del anorak. El sable lo lleva con absoluta naturalidad, sin darle importancia, como sólo un niño pequeño o un espadachín profesional pueden llevarlo. Nada incongruente en su aspecto: un crío con sable, de los de toda la vida, antes de que los soplapollas y las soplapollos políticamente correctos nos convencieran de que la igualdad de sexos y el pacifismo se logran haciendo que futuros albañiles, sargentos de la Legión o percebeiros gallegos jueguen a cocinillas con la Nancy Barriguitas.

El caso es que durante un trecho veo caminar al niño con la cabeza baja, mirándose muy atento los pies. Y de pronto, en una especie de arrebato homicida, extrae el sable del anorak y, esgrimiéndolo con denuedo, empieza a asestar mandobles terribles al aire, con tal entusiasmo que al cabo tropieza, trabándose con el arma, sostenido por tirones impacientes de la madre. Inasequible al desaliento, en cuanto recobra el equilibrio vuelve a sacudir sablazos a diestro y siniestro, dirigidos a cuanto transeúnte se pone a tiro. La madre lo reconviene, zarandeándolo un poco, y ahora el tiñalpilla camina un trecho cabizbajo, el aire enfurruñado, arrastrando la punta del sable por la acera. Pero un cartero se acerca de frente, arrastrando su carrito amarillo, y la tentación es irresistible. Así que el enano mortífero alza de nuevo el sable, hace una parada como si se pusiera en guardia, y le tira un viaje al cartero, que da un respingo. El segundo mandoble intenta atizárselo a un chico joven de mochila que viene detrás, pero el otro, con una sonrisa divertida, se aparta de improviso, el sablazo se pierde en el vacío, y el niño, todavía agarrado por la otra mano a su madre, gira en redondo sobre sí mismo y cae medio sentado al suelo. Bronca y confiscación del arma letal. Ahora madre e hijo reanudan camino, mientras éste, lloroso, cautivo y desarmado, mira a los transeúntes con evidente rencor social.
–Quizá su hijo tenga razón –le digo a la señora al ponerme a su altura.
Me mira sorprendida. Suspicaz. Así que sonrío, señalo al enano, que me estudia desde abajo como diciéndose «no sé quién será éste, pero cuando recupere el sable se va a enterar», y añado:
–A lo mejor sólo intenta defenderla.
La madre me observa un instante, aún confusa. Al fin, sonríe a su vez.
–Puede ser –responde.
–Tal como se presenta el futuro, yo le devolvería el sable.

Saludo con una inclinación de cabeza y sigo camino, adelantándome. Al rato, cuando hago alto en un semáforo, me alcanzan de nuevo. Los miro de soslayo y compruebo que el diminuto duelista lleva otra vez el sable de plástico metido en el anorak. Entonces el semáforo se pone en verde y cruzo la calle, riendo entre dientes. A fin de cuentas, concluyo, un sable puede ser tan educativo como un libro. Según quién te lo ponga en las manos.


Arturo Pérez-Reverte. El Semanal 11 de febrero de 2007

EL TIEMPO, GRAN ESCULTOR.

La erosión debida a los elementos y a la brutalidad de los hombres se unen para crear una apariencia sin igual que recuerda a un bloque de piedra debastado por las olas. Alguna de estas modificaciones son sublimes y añaden una belleza involuntaria, asomada a los avatares de la historia, debida a los efectos de las causas naturales y del tiempo. La Victoria de Samotracia es ahora menos mujer y más viento de mar y cielo...