martes, 25 de enero de 2011

AHORA LO LLAMAN COACHING


Muchacha griega (Korai)

Con tanta diversificación y aparición de nuevas disciplinas nos olvidamos que la utilización de tanta palabra inglesa enmascara conceptos ya sabidos, y me dirá mi amiga Pilar que es un idioma flexible y por eso la moda de su uso en numerosas materias. Pero como una cosa no quita la otra me he propuesto hacer “arqueología de los significados”. Ahora no me va a venir cualquier conferenciante o experimentado de turno a que se me quede cara de paisaje cuando le escuche decir en este caso –Coaching- por allí o –Coach- por allá. Vamos que ya estaba Sócrates con su Método y Retóricas entrenando al personal para buscarse la vida y que no se la dieran con queso.

Es un tipo de entrenamiento que se da en un entorno dado, consistente en un proceso interactivo (diálogo) y transparente (claro-razonado) mediante el cual el entrenador y la persona implicada buscan el camino más eficaz para alcanzar los objetivos fijados, utilizando sus propios recursos y habilidades.
Este proceso parte de la premisa de que la persona que recibe el entrenamiento es el individuo que cuenta con la mejor información para resolver las situaciones a las que se enfrenta. Por tanto, el entrenador asiste al sujeto a aprender de sí mismo.
El método que empleaba Sócrates era el de la mayéutica o pregunta dirigida, con el que lograba, siguiendo una secuencia lógica de razonamientos y planteando hábilmente sutiles contraejemplos, que el discípulo encontrara su propia respuesta, la cual nunca recibía directamente de Sócrates sino que llegaba a ella como resultado de la investigación conjunta de maestro y discípulo, o grupo de discípulos.
Los problemas sobre los que dialogaba podían ser planteados por cualquiera de los participantes, o por el propio Sócrates. El diálogo socrático se desarrollaba aproximadamente de la siguiente manera:
DISCÍPULO: Sócrates, ¿qué es la virtud? SÓCRATES: ¿Qué crees tú que es la virtud? D: (tras algún titubeo) Creo que la virtud… es obrar bien. S: Ciertamente. Pero, ¿dirías tú que un hombre que obra bien por azar es virtuoso?D: No, no diría tal cosa. Parece que, para ser virtuoso es necesario obrar bien con conciencia de ello. S: Sin embargo, un hombre que obrara bien de manera plenamente consciente, tan sólo porque se lo ordena la ley, ¿es virtuoso?D: Sin duda que no. Al contrario, puede, ciertamente, ser un rufián. S: ¿Qué dirías tú que es la virtud, entonces? D: (tras algún titubeo) Creo, Sócrates, que la virtud consiste en obrar bien por el deseo sincero de hacerlo así, para lo cual no hace falta que la ley lo obligue a uno.S: Has dicho bien.
En este punto podría terminar el diálogo, o derivar, por ejemplo, hacia el problema de la necesidad o no de la existencia de las leyes, o hacia la búsqueda de una definición precisa del “bien”…
Es importante advertir que Sócrates no se limita a hacer preguntas, ni las formula al azar. Parte del principio de que quien se interesa por un problema posee, al menos, un preconcepto del mismo; en alguna parte, en algún contexto, ha tenido noticia de aquello que llama su atención. Alguna idea del concepto, por vaga que sea, debe tener. Sócrates explora primeramente cuál es esa idea, que será el punto de partida de su mayéutica. En el proceso, aprueba la respuesta del alumno cuando es correcta, pero le hace ver si es incompleta o errónea mediante contraejemplos que le hagan razonar adecuadamente. A través de un diálogo en aparente igualdad de condiciones, es Sócrates quien realmente dirige el proceso. El discípulo ignora cuál será el resultado, pero Sócrates sabe muy bien a dónde quiere llegar. Él conoce las respuestas, y guía la indagación del alumno al objetivo previsto.

Cariátide
Entrenar el cuerpo y la mente es aquello tanto admirado por nuestros parientes griegos. De ahí surgía la belleza como equilibrio de virtud. Llegar hasta el final mortal, cultivando (entrenando) ciudadanos libres.
Conseguir la capacidad física para participar y sobrevivir en combate, aprendiendo además las diferentes habilidades que se necesitan en tiempos de conflicto y crisis. Mejorar el rendimiento cotidiano para cubrir y desarrollar nuestras necesidades de supervivencia.
Carrera hacia la meta, resistencia en la lucha y persistencia en el diálogo. Hermosa paideia a la luz de un mar antiguo y un cielo abierto.

domingo, 16 de enero de 2011

SOBRE MUJERES Y HEROES

Ellas en territorio hostil

Estoy de acuerdo, señora mía. Fui injusto cuando dije que madame Bovary era idiota. O cuando lo dijo uno de mis personajes; que es lo mismo, aunque no del todo. Se lo dijo Makarova, la lesbiana dueña de un bar, al cazador de libros Lucas Corso, en 'El club Dumas'. Y como digo, tal vez sea verdad lo de injusto. O cruel. Puede que mi capacidad de compasión disminuya con los años y con el espectáculo -grotesco, inagotable- de la nunca sorprendente estupidez humana, incluida la mía. Y es cierto. Quizá sea injusto enternecerse con don Quijote y despreciar a Emma Bovary. A los dos se les fue la olla creyendo que la vida podía ser como en las novelas baratas; y es verdad que late el mismo idealismo trágico en salir a deshacer entuertos que a buscar una pasión amorosa en un pueblecito de provincias. Hasta ahí, estamos de acuerdo.

Sin duda la peor idiotez de madame Bovary fue el dinero. Entramparse hasta el corsé. Si hubiera tenido sentido común, o recursos económicos, otro habría sido su destino. Pero ni el estatus social ni el momento eran adecuados para una pobre soñadora provinciana. Cuanto tuvo en su vida fueron dos imbéciles y medio: sus dos amantes y el marido. Y por supuesto: si hubieran sido treinta los hombres de su vida, habrían sido treinta imbéciles. También reconozco que es difícil arreglárselas cuando no sólo la satisfacción sexual, sino las posibilidades de sentirse amada y acompañada, dependen de un mundo de hombres que te acusan de puta si lo intentas y de idiota si fracasas. Hay poco espacio ahí para los héroes, en efecto. Para las heroínas. Y resulta una soberbia injusticia pedir a todas las mujeres que se curtan para sobrevivir. Que sean hembras fatales o chicas duras. Que sean Tánger Soto, Lolita Palma o Macarena Bruner; o la Reina del Sur después de haber sido Teresita Mendoza en Culiacán. Es injusto, desde luego, sentir simpatía por Homer Simpson, o por cualquier Manolo de barriga cervecera, y despreciar a doña Maruja por no ser capaz de escupir a la cara y hacerse matar -o matarlo ella a él- por un varón miserable que no le llega ni a la altura del chichi.

Pero ojo. Tampoco admiro a Penélope. Su absurda fidelidad -veinte años de abstinencia y mojama entre las piernas- me saca de quicio; y también me repatea el hígado ese palacio lleno de cortejadores gorrones y abúlicos que ni la violan, ni saquean la casa, ni hacen otra cosa que tumbarse a la bartola mientras ella deshoja la margarita. Creyendo esperar a que la presunta viuda escoja, los cretinos, cuando en realidad lo que hacen es dar tiempo a que Ulises llegue, lo reconozca su perro y tense el arco. Y ella, mientras, tejiendo y destejiendo en plan melindres calientapollas, en vez de llevarse al más guapo o al más rico al catre, o agarrar una escopeta con posta lobera, o lo que usaran en el siglo VIII antes de Cristo, y correrlos a todos a fogonazos hasta la orilla del mar color de vino. Hay muchas cosas notables que se han perdido en la historia de la Humanidad porque las mujeres que habrían podido hacerlas, crearlas, se negaron a acostarse con hombres que les daban asco. Pero también, gracias a esas mujeres que no transigieron -vaya una cosa por la otra-, se han evitado muchas infamias y muchos prescindibles hijos de puta.

Sin duda soy injusto con Penélope, como lo fui con Emma Bovary. Sólo soy un hombre torpe que mira, y que escribe sobre eso. Que tantea intentando comprender, haciendo frente a su estupidez y sus remordimientos de varón con los personajes femeninos que, mejor o peor logrados, habitan el mundo que narro. Pero de algo estoy seguro. A la hora de escoger héroes para mis novelas, prefiero ser injusto a complaciente. Quiero lobas y no ovejas. En tal sentido, estoy seguro de que la mujer lúcida es el único personaje literario apasionante que nos queda, el único héroe posible en el siglo XXI: soldado perdido en un territorio enemigo, de reglas hechas por los hombres. Mujeres intentando sobrevivir, llegar al mar y volver a casa. O encontrarla, al fin. Una casa propia, una vida normal. Heroínas a su pesar, luchando por el derecho, luego, a ser vulgares. Creo que la capacidad de sorpresa que ofrece el héroe masculino está agotada tras veintinueve siglos de literatura. El hombre se repite a sí mismo, o lo que resta de él, mientras que la mujer entró en esta centuria haciendo frente a desafíos nuevos, todavía no escritos. Arriesgándose como los exploradores que antaño se adentraban por la tierra incógnita dibujada en los espacios en blanco de los mapas. Por eso no son tiempos, los míos, de compasión literaria ni de justicia narrativa. A estas alturas, madame Bovary me importa un carajo. Existe, sin duda. Con sus tres o sus treinta imbéciles. Y seguirá existiendo. Pero no pienso escribir sobre ella. Que la compadezcan otros.


"Thalassa, Thalassa"

Arturo Pérez-Reverte. 16 de enero de 2011

EL TIEMPO, GRAN ESCULTOR.

La erosión debida a los elementos y a la brutalidad de los hombres se unen para crear una apariencia sin igual que recuerda a un bloque de piedra debastado por las olas. Alguna de estas modificaciones son sublimes y añaden una belleza involuntaria, asomada a los avatares de la historia, debida a los efectos de las causas naturales y del tiempo. La Victoria de Samotracia es ahora menos mujer y más viento de mar y cielo...