Todo el espacio se define en sus justas dimensiones, con descripciones concretas y precisas, yuxtapuestas en imágenes que se van concatenando hasta dar una imagen global en un procedimiento próximo al modo de narrar cinematográfico. Los objetos arquitectónicos utilizan como referente escalar al hombre: lo pozos de ventilación son vastos; las barandillas, bajísimas; la altura de las galerías, apenas un poco más altas que un bibliotecario normal; los zaguanes, angostos y los gabinetes, minúsculos. Esa imagen es solamente un fragmento infinitesimal de un espacio infinito.
La infinitud de la Biblioteca es la que sirve para caracterizarla como laberinto, como espacio destinado al engaño y a la desorientación. En una estructura compleja, pero finita, podemos acabar descubriendo sus leyes de composición. En la Biblioteca, lo que causa espanto es que la yuxtaposición de prismas hexagonales y cuadrados se extienda infinitamente, a lo largo y a lo ancho, hacia arriba y hacia abajo, rellenando todo el espacio. La razón es que el concepto de infinito es extraño al hombre, va más allá de lo que los sentidos pueden percibir, no es más que un recurso que sólo tiene sentido en el razonamiento abstracto o en el cálculo matemático. El espacio que interesará no es el de la representación sino el de la sugerencia. Si hasta donde la vista puede alcanzar se suceden las galerías hexagonales y los pozos que se abisman, ¿qué importa si es infinito o no el espacio, puesto que en la percepción sí lo es?La arquitectura proporciona, utilizando recursos similares a los de Borges -las recurrencias, la yuxtaposición de elementos iguales, la ausencia de centro- la misma sensación de infinitud que produce la lectura del cuento. Por ejemplo, un edificio tan famoso como la Mezquita de Córdoba, podría ilustrar muchos de los elementos espaciales de la Biblioteca Borgiana. Si examinamos la planta, veremos que el orden de las columnas es el mismo en las dos direcciones: todas están situadas a distancias iguales definiendo una trama uniforme. Esto hace que no exista un recorrido principal, ni tampoco un centro. La regularidad del intercolumnio y la entrada de luz, uniformemente repartida, así como la altura constante, no privilegia ningún espacio frente a otro. La uniformidad se consigue a pesar de que el columnario procede de otros edificios y presenta peculiaridades en calidad, color y diseño de fustes y capiteles, ya que estos aspectos quedan minimizados frente al orden general (también los libros de la Biblioteca de Borges son diferentes). En principio, cualquier mezquita serviría como ilustración, si no reparásemos más que en la estructura o en la disposición en planta de los soportes, pero hay que hacer otras consideraciónes. En la de Córdoba, la sencillez de la doble arcada, la primera de herraduray la segunda en medio punto, además de aligerar la cubrición permite que la vista resbale por las superficies tersas de la cubierta; la delgadez de los soportes permite tener un espacio diáfano y su sección circular consigue que no privilegie ninguna dirección. Todo el diseño del espacio impide la orientación de modo que, si pudiéramos despertarnos de pronto en el centro de la Mezquita, sin saber que el edificio está acotado en un rectángulo, sentiríamos la sensacion de estar en un espacio que se extiende indifinidamente en todas direcciones.
Fuente: Cristina Grau. Borges y la arquitectura. 1989.
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