Vamos a llamarlo, si les parece bien, hospital del Venerable Prepucio de San Agapito. O, si lo prefieren, de los Siete Dolores de Santa Genoveva. Para más datos, añadiremos que está situado en una ciudad del sur de España. Y el arriba firmante –yo mismo, vamos– camina por el pasillo de una de sus plantas después de haber conseguido, tras arduas gestiones, intensas sonrisas y mucho hágame el favor, permiso para visitar a un amigo internado de urgencia, al que sus innumerables pecados y vida golfa dejaron el hígado y otros órganos vitales en estado lamentable.
Voy por el pasillo, en fin, pensando en un informe publicado hace poco: uno de cada diez trabajadores de hospital español sufre agresiones físicas por parte de pacientes o sus familiares, y siete de cada diez son objeto de amenazas o insultos ante la pasividad de los seguratas correspondientes. Que con frecuencia, según las circunstancias, prefieren no complicarse la vida. Y no deja de tener su lógica. Una cosa es decir no alborote, señora, caballero, a un ama de casa de Reus o a un jubilado de Úbeda cabreados con o sin motivo, y otra diferente, más peliaguda, impedir que un musulmán entre a la fuerza con su legítima en el quirófano, decirle a un subsahariano negro de color que no es hora de visitas, o informar a cuatro miembros de la mara Salvatrucha que la puñalada que recibió su amigo Winston Sánchez no se la podrán coser hasta mañana. Ahí, a poco que falle el tacto, sales en los periódicos.
-Antonio Torres Heredia, Camborio de dura crin, moreno de verde luna, voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida cerca del Guadalquivir?-Mis cuatro primos Heredias, hijos de Benamejí. Lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí.Zapatos color corinto, medallones de marfil, y este cutis amasado con aceituna y jazmín.-¡Ay, Antoñito el Camborio, digno de una Emperatriz! Acuérdate de la Virgen porque te vas a morir.-¡Ay, Federico García, llama a la Guardia Civil! Ya mi talle se ha quebrado como caña de maíz.
Tres golpes de sangre tuvo y se murió de perfil.Viva moneda que nuncase volverá a repetir.
Un ángel marchoso ponesu cabeza en un cojín.Otros de rubor cansados encendieron un candil. Y cuando los cuatros primos llegan a Benamejí, voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir.
Navajita Plateá y Alba Molina -Noches de Bohemia-
Me quedo donde estoy, prudente. Mejor el médico que yo, pienso. Que cada cual enfrente su destino. Algunas cabezas de enfermos y visitantes asoman por las puertas de las habitaciones, contemplando el espectáculo con curiosidad. Miro alrededor, buscando una ruta de retirada idónea. Los dos gitanillos continúan persiguiéndose sobre las mantas y las botellas vacías, y el mamoncete sigue a lo suyo, pegado a la teta. Slurp, slurp. En la máquina del café, dos guardias de seguridad, vueltos de espaldas a lo que ocurre en el pasillo, parecen muy ocupados contando monedas y buscando la tecla adecuada para servirse un cortado. Me acerco a ellos. ¿Hay capuchino?, pregunto, metiendo un euro. Ellos mismos pulsan mi tecla, amables. Estamos los tres en silencio mientras sale el chorrito.
Boda gitana. Favia
Arturo Pérez-Reverte. XLSemanal, 9 de Agosto de 2009
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